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Las Torres Gemelas se acababan de inaugurar. Era la Nueva York de la crisis del petróleo y el miedo al Bronx. Allí llegó el joven José Luis García López, que desde su Galicia natal (Pontevedra, 1948), tras pasar por Argentina, se aventuró en los setenta a intentar dibujar a los superhéroes de EE UU. Cuatro décadas después, el World Trade Center está resucitando, la Gran Manzana se levanta de otra crisis, y el primer español que pudo dibujar Superman no fue, ni mucho menos, el último: su llegada abrió una brecha que ha abarcado tres generaciones. Marvel y DC Comics ya son tierra de conquista española, apellidos como Pacheco o Aja suenan a celebridades del mundillo y una oleada de treintañeros trata de seguir sus improntas.

En el fondo, podrían ser una familia. Abuelo, padres, hijos. Hasta comparten ciertos elementos: casi ninguno soñaba con dibujar superhéroes, sino que les importaba la historieta en sí. Tampoco viven en Nueva York, ya que desde Cádiz o Valladolid con la conexión a Internet basta y sobra. De hecho, apenas visitan a sus clientes al otro lado del océano. También les une una visión desencantada de Marvel y DC como titanes donde los “tipos trajeados de arriba” –definición de Pacheco- solo creen en el Dios dinero, mientras los creadores buscan seguir fabricando sueños. Quizás por eso, apenas firman contratos exclusivos y prefieren navegar entre una y otra editorial, además de proyectos más personales.

Los más jóvenes, como Jorge Jiménez o Vicente Cifuentes, admiran a los mayores y crecieron con su ejemplo. El veterano, García-López, podría narrar cómo se plantó ante la sede de DC en los setenta y consiguió gracias a un amigo enseñar su trabajo. Ese mismo día, le pidieron ponerle tinta a una historieta de Clark Kent.

Hoy quizás cueste más colarse en los despachos de DC y Marvel, pero tampoco hace falta. “Es bastante más fácil ahora. Los editores visitan más convenciones y están más acostumbrados a mantenerse en contacto con muchos artistas. Además Internet facilita enseñar tu trabajo y enviarlo. Cuando yo empecé era todo físico”, defiende Marcos Martín (Barcelona, 1972), que se estrenó en 1997 dibujando Batman y ya ha pasado a la siguiente fase: proyectos personales como The Private Eye, un webcómic publicado en su portal Panel Syndicate, que este año obtuvo un Eisner (los Oscar del tebeo).

“Todo el mundo tiene la sensación de que haciendo A+B+C tienes el resultado final, pero es una suma de casualidades. Te gustan los cómics, dibujas mucho, conoces a alguien que conoce a alguien que te presenta a otro”, relata Carlos Pacheco (San Roque, 1961). Así le pasó a él, que empezó como muchos dibujando para Planeta DeAgostini en España. Y así suele ser para la mayoría: el contacto con un editor es fundamental para empezar a escalar. Pero, antes, se necesitan brazos fuertes y entrenados.

“Si es lo que quieres, asume esa decisión hasta el final, porque vas a estar el 80% de tu vida ante una mesa y una página blanca”, defiende Jiménez (Granada, 1986), que del manga pasó a DC y a ser considerado uno de los talentos más prometedores, a la par que Bruno Redondo o Cifuentes. Es este un aspecto que casi todos destacan: de acuerdo el talento, pero sin perseverancia no se llega. “No lo consiguen los mejores, sino los más pesados, los que insistimos más”, bromea hasta cierto punto Martín.

Él, por ejemplo, lo tenía tan claro que se fue directamente a Nueva York a buscarse la vida, a lo García López. “Lo que quería era dibujar cómics de superhéroes, entrar a trabajar en Marvel”, recuerda. Finalmente, logró un encuentro con Paul Levitz, directivo ahora y expresidente de DC, que fue su portal de ingreso al mundillo.

En realidad, desplazarse físicamente hasta EE UU es opcional. A David Aja (Valladolid, 1977) le bastó con irse a Barcelona. En el salón del Cómic se entrevistó con muchos editores, entre ellos los de Marvel: trato hecho y bienvenido. Aunque Aja se buscó pronto su propio camino dentro del “mainstream”: encargado de la serie Ojo de Halcón, a priori personaje minoritario de Marvel, la llevó a cimas desconocidas. Cuatro Eisner, capítulos tan peculiares como un número en braille o uno contado desde el punto de vista de un perro y ventas como si lloviera: “No esperaban que pasásemos de los seis números. Por otro lado, eso nos daba libertad creativa absoluta. Nunca me metería con series más famosas, tendría demasiadas pautas”.

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