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Hasta que llegó Art Spiegelman, uno de los principales problemas del arte había sido el de cómo representar lo irrepresentable, lo que escapa de toda comprensión humana. Los primeros padres de la Iglesia se enzarzaron en la definición de Dios, Georg Cantor intentó condensar la idea de infinito y Theodor Adorno dijo que «escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Nadie volvió de las cámaras de gas de los campos de exterminio para contar lo que pasaba ahí dentro, las descripciones en palabras de los investigadores se quedan cortas y la reproducción de imágenes relacionadas con lo sucedido ha provocado acalorados debates, como en el caso de Kapo (1959), de Gillo Pontecorvo, y La lista de Schindler (1993), de Steven Spielberg. Pero Spiegelman encontró que el cómic, que hasta entonces había sido tratado como una forma de entretenimiento embrutecedor para adolescentes, podía resolver el problema de la representación. 'Maus' (1978-1991), la novela gráfica sobre la historia de sus padres, supervivientes de Auschwitz, fue el punto de inflexión para que la historieta empezase a ser considerada como un arte y fue el primer cómic en recibir el Premio Pulitzer, además de primer éxito de ventas sobre el Holocausto.Pero lo curioso de la historia es que, mientras hacía aquella obra de arte definitiva, Spiegelman se dedicaba a crear los cromos de la Pandilla basura, repugnante sátira de las Muñecas Repollo en las que la niña Rosana saltaba a la comba con sus intestinos y el niño Ricardito vomitaba por los ojos. Una mezcla delirante que define bien el universo creativo de Spiegelman, que intenta condensar el volumen 'Co-mix' (Penguin Random House).«Mientras que la mayoría de las personas se darían por satisfechas creando una forma artística (la novela gráfica) o una obra incomparable de este género ('Maus'), Art Spiegelman también ha logrado casi por sí solo conducir el medio del cómic (gracias a su labor como editor, dibujante y escritor) hasta su actual época de madurez expresiva. El hecho de que haya dedicado tanta energía a subrayar los logros de sus predecesores y sus contemporáneos también es una muestra de su profunda magnanimidad de espíritu», dice en el volumen Chris Ware, aclamado como el mayor genio del cómic mundial y discípulo de Spiegelman.

«Art siempre se ha esforzado en demostrar que los cómics no son un género limitado, sino un lenguaje cargado de expresividad y sorprendentemente dúctil, que nace de nuestra interpretación humana del mundo, desde el nacimiento hasta que desarrollamos la capacidad del habla e incluso a lo relativo al modo en que recordamos nuestras vidas», afirma Ware. «El hecho de que siga insistiendo en que no sabe dibujar es una locura: es uno de los dibujantes de cómic con un mayor talento innato. El problema es que Art también es uno de los seres humanos vivos más inteligentes; nada escapa a su escrutinio, y menos aún si se trata de su propia obra».'Co-mix' sigue la trayectoria personal y creativa de este neoyorquino nacido en Estocolmo en 1948, desde sus primeros pasos en los tebeos underground de finales de los 60, de la mano de colegas como Robert Crumb. También sus trabajos alimenticios como diseñador, los proyectos al frente de revistas como 'Arcade' y 'Raw' o las ilustraciones para las portadas de la revista 'The New Yorker' durante una década (de 1993 a 2003), muchas de ellas polémicas (como la dedicada al día de San Valentín de 1993, que mostraba a un judío jasídico besándose con una mujer negra) y otras tan impresionantes como el número posterior al 11-S, con la portada totalmente en negro y la silueta de las dos Torres Gemelas en un tono todavía más oscuro. Una portada que anticiparía 'Bajo la sombra de las dos Torres' (2004), otro de sus proyectos más personales y por el que abandonó el trabajo en la revista. El libro cuenta asimismo con numerosos bocetos y estudios que muestran la forma de trabajar de Spiegelman, que él siempre ha descrito de acuerdo a sus supuestas limitaciones. Además, aparecen textos del propio Spiegelman, de J. Hoberman, crítico y amigo personal del artista, y de Robert Storr, decano de facultad de Bellas Artes de la Universidad de Yale y el hombre que le abrió el MoMA de Nueva York para una gran exposición.En una de las primeras páginas del libro dice Spiegelman: «Inmediatamente después de renunciar a la idea de ser vaquero o bombero, decidí hacerme dibujante de éxito para una agencia. Dediqué varios años a desarrollar las habilidades necesarias, pero luego me di cuenta de que me interesaban cosas que no eran del todo compatibles con este objetivo. Decidí seguir mis nuevos intereses y me llevé los cómics conmigo. Es como si me hubiera hecho vaquero y luego hubiera decidido convertirme en cantante de ópera. Podría cantar arias mientras hacía girar un lazo».Para él, «los buenos 'comix' son los cómics nutritivos (...) Los 'cómix' que me gustan, y que intento hacer, pueden leerse con pausa y varias veces. Tengo la esperanza de que la lectura aporte algo nuevo. Intento que cada viñeta sea importante y en ocasiones llego a dedicar hasta un mes a una página. Es como un zumo de naranja concentrado». Y aunque le preocupan los aspectos narrativos y cómicos de los 'cómix', también le emociona «el lenguaje secreto de estos, los elementos formales subyacentes que forman las ilusiones. Como forma artística, la tira cómica apenas ha dejado atrás su infancia. Igual que yo. De modo que tal vez crezcamos juntos».«Spiegelman», dice Hoberman al pasar la página, «difumina el contorno del paradigma de la alta y baja cultura en todos los niveles». Y gracias a su arte, añade, «la creación de historietas y cómics alcanza un nivel sin precedentes de conciencia histórica, de innovación formal y de conciencia personal». Y al lado aparece una viñeta en la que el dibujante le hace decir a un personaje de Roy Lichtenstein: «Oh, Roy, tu arte elevado y muerto está construido sobre arte menor y muerto».«Los dibujos sumamente diagramáticos de Spiegelman están preñados de ideas», sostiene el crítico-amigo. «De hecho, fue él quien, más que ningún otro dibujante, enseñó a los intelectuales a leer cómics sin vergüenza y su ejemplo permitió que artistas más jóvenes, como Ben Katchor y Chris Ware se adentraran en el mundo del arte sin dejar de ser fieles a un medio que, según Spiegelman, ha sido durante una gran parte de sus 150 años de historia, 'el hijastro bastardo, medio tonto y jorobado de las artes gráficas'».Siguiendo por ahí, Storr sintetiza el espíritu del libro en otro párrafo: «Spiegelman se siente como en casa con la 'bazofia' que supuestamente pudre las mentes inmaduras, pero que provoca el cortocircuito de los cerebros conservadores. Además, juega con fuego de un modo más agresivo que sus contemporáneos al alinear, por ejemplo, las franjas del uniforme de un prisionero del campo de concentración con los códigos de barras de la parte posterior del estuche de la edición de lujo de 'Maus', o cuando titula una de sus secciones 'Auschwitz: El tiempo vuela'».

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