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Cuando tenía seis años, a la vuelta de un viaje, los padres de Pedro Rey (Vilagarcía, 1974) le hicieron un regalo que le cambiaría la vida, aunque entonces él no lo sospechaba. Ahí estaba Tintín en el país del oro negro. Y 37 años después, Pedro sigue desenvolviendo paquetes con algún Tintín dentro. La semana pasada recibió Pengembara pengembara di Bulan. Que por si no han sido capaces de adivinarlo, quiere decir Aterrizaje en la Luna. O algo similar en idioma malayo. Con la traducción a ese idioma asiático, el tintinólogo gallego más reconocido -aunque él prefiere llamarse solo tintinéfilo- acaba de completar una curiosísima colección al alcance (por dedicación y por esfuerzo económico) de muy pocos en el planeta: tiene ya ejemplares de Tintín en los 116 idiomas o dialectos a los que ha sido traducido y editado desde que ese genio llamado Georges Prosper Remi, Hergé, empezó a publicarlos -en francés- en 1929. 

Este último ejemplar, el malayo, lo consiguió a través de los herederos de otro coleccionista. Porque esa pieza es bien complicada de conseguir. «Salió en 1978 y hay muy pocos ejemplares en ese idioma, en su zona geográfica se lee más en indonesio o en inglés», cuenta.

En su domicilio en Santiago, casi un museo a la figura del personaje de Hergé, hay ejemplares extrañísimos como uno en alguerés, una variante del catalán, y del que solo hay 200 ejemplares en todo el mundo; casi todos, claro, en la ciudad de Alguer, en Cerdeña. Es, precisamente, una versión de aquel del oro negro, y la hicieron entre alumnos de un colegio. Otra de las rarezas de sus estanterías: una edición en búlgaro, un territorio en el que Tintín no ha calado y apenas hay traducciones. Se lo trajo un amigo de un viaje. Fue relativamente sencillo.Conseguir este otro fue una carambola: «Vi una subasta por Internet en Bélgica que anunciaba la que venta de un Tintín en español editado por Casterman, algo rarísimo porque solo lo hacía Juventud, y no me coincidía con los datos que yo tenía. Así que lo compré. Cuando me llegó estaba impecable, Las 7 bolas de cristal... pero en occitano. Parecía español, pero no, el tipo que lo vendió no sabía de lo que se había desprendido». Algunos de esos ejemplares de lo que habla, los más infrecuentes, pueden llegar a costar 5.000 euros en las subastas.

El siguiente para su colección aún no está listo ni para imprenta. Será en castúo, un habla rural de Extremadura. Sus promotores han contado con Pedro para que le eche una mano. Es fácil hacerlo: habla con tal entusiasmo que le apetece a uno releer los 24 álbumes de las aventuras, sea en el idioma que sea. ¿Y cuál recomendaría él para quien se acercara por primera vez a las aventuras de este periodista, de Milú, Haddock, Tornasol...? «A mí me encanta La isla negra, lo tiene todo para enganchar a un niño, por ejemplo, unos malos malísimos, un gorila, el monstruo del Lago Ness... Pero por calidad, Las joyas de la Castafiore, está considerado uno de los mejores cómic de la historia, y quizá de chaval no lo aprecias, pero cuando pasa el tiempo y lo vuelves a leer ves el enorme trabajo de Hergé».

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